Arte y creatividad

Cualquier proyecto educativo, cualquier idea de escuela, para que sea completa, ha de promover de forma decidida la construcción de la identidad de cada alumno, ha de aspirar a dar una educación integral, una educación que contemple a la persona en todas sus dimensiones.

Si no se tiene en cuenta la dimensión interior del ser humano difícilmente se puede aspirar a transformar la sociedad, y este ambicioso objetivo es el que debería perseguir toda pedagogía: preguntarnos sobre el modelo de escuela que queremos hacer implica también cuestionar el tipo de sociedad que queremos construir. Pero sólo desde la consciencia de uno mismo puede darse un encuentro significativo con el mundo.

Queremos formar personas sensibles, inteligentes y creativas, capaces de aportarle a la sociedad una mirada personal sobre el mundo.

Construir la identidad de los alumnos requiere una metodología educativa respetuosa que incorpore procesos de reflexión, de interiorización, y también un entorno flexible que no ahogue la personalidad todavía incipiente con un exceso de rigidez.

En El Majuelo nos alineamos con aquellas iniciativas pedagógicas que quieren “pensar la educación con otra mirada alejada de los cánones sólo pedagógicos, psicológicos o didácticos que, a veces, encierran la escuela en planteamientos miopes, rígidos y excesivamente disciplinares y disciplinados”. Queremos intentar, con toda nuestra ilusión, “que la experiencia educativa se mantenga fresca e imaginativa” y no se deje “engañar por las rutinas, las costumbres y los excesos de esquematización” (Alfredo Hoyuelos, prólogo a Arte y creatividad en Reggio Emilia de Vea Vecchi).

Muchas veces la actividad docente tiende a renunciar a la complejidad, intenta borrar todo tipo de incertidumbre estructurando la metodología y los contenidos hasta apartar del alumno cualquier sombra de ambigüedad. En nuestro proyecto preferimos, sin embargo, fomentar desde el principio una forma de pensamiento que se adentre en el terreno poco firme de lo cuestionable, que dé más valor a las preguntas que a las respuestas. Para recorrer estos caminos, el arte es, como dice Eulalia Bosch, una “excelente herramienta educativa”. El territorio que explora la expresión artística es el más profundo, intangible y difícil de precisar del ser humano.

El arte es una disciplina que no se ajusta bien a la metodología de la respuesta acertada, que no se deja atrapar en certezas incuestionables. No es extraño, pues, que la estructuración exhaustiva del proceso de enseñanza-aprendizaje se adecue tan poco a la educación artística. El arte enseña a pensar dejando finales abiertos, enseña que puede haber más de una solución a un problema, y esto es el fundamento del pensamiento divergente, del pensamiento creativo. Por ello, evitamos las propuestas de trabajo cerradas que pueden garantizar una respuesta fiable, aunque también uniforme, previsible y limitada. Si decimos a los alumnos que el cielo es azul, y les damos una pintura que se llama azul cielo, convertimos la expresión artística en un mero ejercicio manual carente de expresión, vacío de búsqueda y de aventura.

Frente a las metodologías que tienden a uniformar al alumnado, nos planteamos el objetivo de educar respetando la diversidad. En el terreno de la expresión artística, ante una obra, ante una propuesta, se abren siempre muchas lecturas, muchas posibilidades de respuesta. Cada persona puede responder con su voz, desde su propia mirada. Aceptar esto implica necesariamente trabajar el respeto y la inclusión como forma de interacción social. En nuestra sociedad de la imagen cada vez es más importante educar la mirada, aprender a mirar el mundo y a mirar nuestro interior para evitar los estereotipos reduccionistas a los que estamos continuamente expuestos.

Pero, paradójicamente, esta sociedad en la que vivimos, más capacitada que nunca para producir imágenes, no fomenta un aprendizaje de la mirada. Más bien es al contrario. La cantidad, la ubicuidad y la velocidad de las imágenes que nos rodean no promueven experiencias positivas de introspección e intimidad. 

Ni tampoco, en consecuencia, de arraigamiento y pertenencia a un entorno. En palabras del arquitecto Juhani Pallasmaa (Los ojos de la piel), “vivimos un creciente distanciamiento y separación de nosotros mismos (…) nos estamos volviendo unos forasteros en nuestras propias vidas”.

Nuestro entorno visual está hecho de imágenes que, como las de la publicidad, sólo buscan la seducción instantánea: para destacar en un mundo saturado de imágenes hay que poder convencer en pocos segundos. Imágenes estridentes, enormes, a veces tan grandes que ocupan la fachada entera de un edificio, o repetidas hasta la saciedad para asegurar que todos las veamos… Una tiranía de imágenes estereotipadas que simplifican el mundo y empobrecen la mirada. Tenemos que aprender a mirar si queremos devolverle al mundo su riqueza y complejidad. Y para ello, como docentes, tenemos que encontrar un espacio en nuestras aulas en el que sea posible la mirada lenta, respetuosa, inteligente, creativa…

En el proyecto de El Majuelo pretendemos acercarnos a la experiencia artística de forma experiencial, creativa y reflexiva, como componente imprescindible de una educación integral.

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