El Majuelo
Relato del proyecto educativo por Fernando González Clavería
A ver cómo están las hormigas…
Con las lluvias que han caído estos días, tal vez estén ya saliendo las reinas con sus alas transparentes. O a lo mejor podemos ver cómo se afanan arreglando la entrada del hormiguero estropeada por el agua… Aunque, tal vez, con el frío que ha llegado tan de repente no veamos mucha actividad.
¡Qué bien huele hoy la tierra! Tendremos que parar un momento a respirar fuerte este olor lleno de vida.
De todas formas, será mejor que hoy vayamos por la acequia. Ya es otoño y dentro de poco cortarán el agua. Es una acequia de riego, y en invierno confían los cultivos a las nieblas y a la lluvia. Antes de que la corten quiero que podamos escucharla correr, así podré hablarles de J. Constable, el artista que quiso ser pintor por el placer que le daba escuchar el sonido del agua en la esclusa del molino de su padre. Lo escribió así en sus diarios, cuando era ya era un gran pintor. Tengo que pensar una historia para transmitirles esta idea, que la pintura no se trabaja solo con los ojos. Que la mirada, cuando se hace con pausa y atención, no afecta solo a la retina.
Hay que crear con ellos esa posibilidad de mirar con ojos sensitivos e inteligentes. Es una especie de iniciación a la contemplación de la naturaleza. A veces, para conseguirlo, les cuento historias en las que Draco, el perro de la escuela, me enseña las maravillas que descubre en sus paseos: hormigas que suben y bajan de un tallo de hierba, un rayo de sol que dibuja estrellas en el movimiento del agua de la acequia, el olor y las huellas de dos corzos que han estado mordisqueando los brotes de los álamos, gotas de lluvia que dibujan perfectas circunferencias en el agua de un charco… Todo sirve para esa observación emocional que nos conecta con la tierra, que nos recuerda el principio básico de la ética ambiental: pertenecemos a la tierra, y no al revés. El agua que corre por nuestras venas es la misma que sube desde las raíces a las hojas de este árbol. La misma que flota en aquella nube pequeña.
Cuando nos paramos a observar juntos, recojo sus ideas, sus comentarios tan frescos y sorprendentes, y las escribo como si fueran pequeños poemas. La semana pasada nos llovió durante el almuerzo, junto al lago, en el recinto del PRAE que tanto disfrutamos.
Aproveché para hacer el juego de las poesías de Draco, que así llamamos a este mirar charlando, y salió una especialmente bonita.
Lluvia.
Las gotas se despiden antes de caer en el lago.
¡Qué idea tan intensa y delicada! Tiene la sencillez y el encanto de un haikú. Las gotas que han caído juntas se despiden antes de mezclarse y desaparecer. A veces creo que lo más importante de mi trabajo es escucharles. Sus palabras y también sus dibujos.
Ya es casi la hora de entrar en la escuela y Draco no para de correr. Luego dormirá en su cama mientras los peques andan haciendo experimentos con las pinturas y la arcilla.
En eso consiste el trabajo en el taller, en probar y probar, como en un juego. A esta edad es más importante la curiosidad que la maestría, y el taller es un espacio de confianza en el que se practica esa curiosidad sin miedo al error. Para educar la creatividad hay que ofrecer un espacio y un método en los que todo se convierta en una oportunidad, lo que quieren hacer y lo que hacen sin querer. Hay muchas maneras de abordar un papel en blanco.
Nuestra función en El Majuelo es acompañarlos en sus aprendizajes. Claro que estamos presentes, pero un poco atrás, dejándoles espacio. Centramos el aprendizaje en su propia práctica, y les guiamos para que de ella surja la reflexión.
Esto se ve muy bien en el ambiente Montessori. Allí reina la armonía. Armonía en el espacio y armonía en sus cabecitas. El orden externo es un generador de orden interno. Es realmente bonito el clima de trabajo y atención que allí se respira.
En un entorno tan cuidado aprenden el valor de ser cuidadosos con los demás y consigo mismos. Recuerda a una casa, pero a su medida, con utensilios de limpieza, de cocina… Un ambiente familiar que ellos sienten como suyo, que educa para la vida.
¡Y el silencio!
Pocas palabras. Mucha práctica y reflexión. Un aprendizaje manipulativo en el que la mano lleva hasta el cerebro, en el que de lo concreto y tangible se llega al concepto abstracto. Con tiempo y calma. Sin el estrés de la enseñanza competitiva. Al contrario, respetando que cada cual sea responsable de su proceso de aprendizaje. ¡Cómo es de importante que el esfuerzo y la motivación intrínseca vayan juntos!
La ilusión por aprender es innata en nuestros cachorros, y eso hay que aprovecharlo en su escolarización. Por eso trabajamos en una dinámica en la que se saben protagonistas de sus conquistas, respetando que repitan tantas veces como sea necesario, sin miedo a fallar, sin ayudas innecesarias que entorpezcan el proceso. Educados en esa responsabilidad, aprenden a ser libres.
Aprenden a autorregularse.
Ese es un objetivo que cuidamos en todos los ambientes educativos por los que van pasando en grupos pequeños: el espacio exterior, el de Montessori, el taller de arte, música e inglés, el comedor, el rincón de cuentos… Y el de juego. ¡Qué felicidad, trabajar en una escuela en la que el juego sea tan importante!
El juego es una actividad vital, y no solo en la infancia. Una vez leí una frase que me encantó: lo opuesto al juego no es el trabajo, es la depresión. Creo que da en el clavo.
El juego libre, no estructurado, es una necesidad evidente en la educación infantil. Nuestras niñas y niños lo disfrutan, lo trabajan, tanto en el ambiente especialmente preparado para ello como en el entorno natural.
Y también hay mucho juego en música, juegos con la voz, con todo el cuerpo, con el violín y con el piano, con los instrumentos de percusión…
¡O en inglés! Paseos, cocina, canciones, danzas y cuentos con profesores nativos.
Situaciones en las que surge la comunicación, la necesidad de hablar y compartir. Así es como se aprende un idioma, dejándose contagiar, viviendo en él.
Al final de la mañana, charlando a gusto con las familias que vienen a recoger a los cachorros, varias veces he oído decir lo que a mí también me pasa cada semana cuando vengo a trabajar al Majuelo. Que me dan muchas ganas de volver a ser un niño.